Ópera Pantagruélica| Una colección sin periodicidad, abierta y gratuita
Desde GINGER APE queremos emprender una serie de acciones orientadas a la difusión de nuestros conceptos y a la incentivación de la creatividad y los usos del sector editorial. En nuestro particular rol de gestores culturales damos arranque a la grandiosa ÓPERA PANTAGRUÉLICA.
ÓPERA PANTAGRUÉLICA es una colección sin periodicidad, abierta y gratuita (mediante descarga digital), concebida para albergar algunas publicaciones que, generadas desde la propia editorial, abundan en su difusión y conocimiento entre el gran público; una colección que se proclama ajena al mercado y sus leyes y que encuentra inspiración en el espíritu del Copyleft y las políticas del Creative Commons.
No obstante, para quienes gustan de las ediciones en papel, GINGER APE abre la posibilidad de acceder -en la mayor parte de los casos- a una versión impresa y exclusiva de las mismas; una versión que, en su transacción, apenas satisface los costes de impresión y los gastos de envío.
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Las aventuras de Mr. Obadiah Oldbuck
George Cruikshank
[A partir del original de R. Töpffer: Les amours de M. Vieux Bois ]
Col. Ópera Pantagruélica (03)
98 páginas; 230 x 140 mm.
SINOPSIS
En 1837, Rodolphe Töpffer, padre del cómic, publicó Les amours de Vieux Bois, la primera de las histoires en estampes que había concebido (diez años atrás). Su éxito fue inmediato, lo que le llevó a establecer una red privada de distribución con puntos de venta en París, Londres, Tübingen, Neuchâtel, etc. Sin embargo, cometió el error de no cubrir completamente la demanda, y la casa editorial Aubert de París, siguiendo prácticas a la sazón habituales –aunque no por menos censurables–, procedió a la falsificación de sus álbumes (tras una tentativa frustrada en la célebre Le Charivari); se trataba de copias litografiadas de baja calidad ofrecidas a un precio inferior y que presentaban alteraciones especulares y secuenciales. Una afrenta a la que Töpffer respondió con una edición remozada y aumentada de Les amours de Vieux Bois, que igualaba en precio la ofrecida por Aubert (corría el año 1839). La casa parisina contraatacó a su vez con impresiones mejoradas… Pero no terminó aquí el asunto. Hacia finales de 1841 –cuando Töpffer ya había autografiado dos nuevas histoires–, Vieux Bois sufrió un segundo acto de piratería, y por partida doble: la casa londinense Tilt & Bogue encargó al caricaturista Cruikshank copias litografiadas de las planchas de Aubert, fake que comercializó con el título de The adventures of Mister Obadiah Oldbuck. Meses más tarde, en septiembre de 1842, la casa neoyorquina Wilson and Co. reimprimía esta última versión como suplemento al magazine Brother Jonathan, si bien en formato vertical; y la volvía a publicar en 1849, respetando, esta vez sí, su formato apaisado. He aquí la última de estas versiones.
La verdad en la ilusión
Luis Antón del Olmet
Col. Ópera Pantagruélica (01)
120 páginas; 140 x 215 mm.
SINOPSIS
¿Imaginan retornar a la vida cuatrocientos años después de un cataclismo, despertar en la vitrina de un museo entregado a la curiosidad de unos hombres que apenas conservan trazas de su pretérita humanidad, descubrir un mundo hiperracional y ultracivilizado que no ha dudado en suprimir todo rasgo de individualidad en pro del uniformado cuerpo social, un mundo acéfalo, gris y perfecto en el que no caben los sentimientos ni las emociones, en el que no hay lugar para nombres ni distinciones? Ese es el mundo que imaginó, en la temprana fecha de 1912 - esto es, veinte años antes de la publicación de El mundo feliz de Huxley-, el periodista y escritor Luis Antón del Olmet. Pero lejos del tono grave o apesadumbrado que cabría suponer a tan distópico ensueño, el bilbaíno Olmet reconduce la crítica -o la caricatura, la de su tiempo y lugar, la de aquel mundo que debió aceptar resignado el fracaso del ideal de la modernidad- a lugares comunes de nuestro sentir y nuestras letras, regalando a los lectores una flamante fábula sci-fi en desternillante clave española.
«Una estupenda fábula moral en la órbita de la ciencia-ficción, que disecciona el mundo que le tocó vivir, el de principios del siglo XX, adelantándose, en un fascinante alarde de lucidez y casi premonición, a muchos de los avances técnicos y humanos actuales» Yolanda Izard (El Norte de Castilla).
Las aventuras de M. Vieux Bois
Rodolphe Töpffer
Col. Ópera Pantagruélica (02)
136 páginas; 235 x 140 mm.
SINOPSIS
Aunque son muchos los que tienden a establecer el nacimiento del cómic en las tiras americanas de finales del XIX, lo cierto es que fue un versátil artista suizo el artífice de tan fabulosa invención. En 1827, el ginebrino Rodolphe Töpffer (1799-1846) concebía la primera de sus histoires en estampes –como las dio en llamar–, abriendo una original vía a la experimentación artística sobre la base de la cooperación entre texto e imágenes; una vía de innegable perspectiva popular y que tantos otros –y con tanto éxito– habrían de transitar.
Y es que en Töpffer, en su obra, encontramos, y advertimos fácilmente, muchos de los elementos principales del arte que hoy se conoce –al menos, popularmente– como cómic. Y su propio autor, aun cuando utiliza la equívoca fórmula histoires en estampes, aun cuando califica sus propios dibujos de garabatos, sinsentidos gráficos o pequeñas locuras, es consciente de haber creado una nueva forma de narración híbrida, una forma que romperá las fronteras del tiempo y del espacio, y que llegará a obtener, y por derecho propio, la calificación de arte. Tan consciente será Töpffer de sus potencialidades, que llegará incluso a teorizar sobre el nuevo medio (su Essai de Physiognomonie bien puede considerarse el primer texto teórico sobre el arte del cómic).
No es de extrañar pues que su obra despertara la admiración de personalidades de la modernidad y clarividencia de Goethe, Gautier, Jarry o Le Corbusier. O que en los últimos años hayamos asistido a los esfuerzos de algunos editores e investigadores por recuperar su legado. La lectura y el análisis de la obra de Töpffer revelan no solo su sorprendente modernidad –en relación con el medio que la produce–, sino también, y ante todo, su plena vigencia –tal, que Chris Ware cree estar ante un contemporáneo–, la lección que sigue emanando de su examen y que hace válida la sutil paradoja enunciada por Spiegelman y ratificada por el propio Ware: el futuro de los cómics está en el pasado.